«Una vez vino un ángel a mi casa, timbró en la
puerta y me dejó una bolsa entera de comida. No pude verlo, pero estaré
eternamente agradecida». Cristina Rivadulla es una madre desesperada.
Uno de los rostros de esta crisis que ha traído con ella mil y un
dramas.
Los yogures y las
galletas están contados para desayunar: «A veces tengo que mezclar la
leche con agua para que llegue para todos», confiesa. Cuando el dinero
para hacer la compra se acaba -cobra una ayuda de 426 euros- son muchos
los vecinos que acuden en su ayuda.
También la ropa se guarda como oro en paño para
que aguante el trote invierno tras invierno: «Se van pasando las
prendas. Todo se aprovecha», señala Cristina Rivadulla, que aunque solo
tiene 34 años ya ha visto la cara más dura de la vida.
La Navidad está a la vuelta de la esquina y es en
estas fechas cuando las cosas se ponen todavía más feas. Los niños más
mayores, de doce, diez y seis años, se dan cuenta de que en su árbol no
hay tantos regalos como en los de otros niños de su clase: «Les he dicho
a los pequeños que los Reyes Magos también estarán pobres este año».
Cristina acude con frecuencia a Servicios Sociais
de Ribeira y a Cáritas, pero asegura que últimamente se ve desatendida,
al no poder acceder a diferentes subvenciones. Desde el Concello se ha
señalado que se hace todo lo que se puede para ayudar no solo a esta
ribeirense, sino a todas las familias que se encuentran desamparadas.
Pero más que llenar la nevera lo que realmente le quita el sueño es
perder a los niños. «Solo cobro 426 euros y temo que se lleven a mis
hijos a un centro de menores. Los pequeños no pueden separarse de mí
ahora. Me han dicho que esa es la mejor opción para que yo pueda
dedicarme solo a buscar un empleo. He ido a varias entrevistas, pero
nada de nada».
"Es duro, pero si un día me faltan es como si me faltara el aire".
Fte: extracto de www.lavozdegalicia.es
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