Nos escriben... "Por favor, no me devolváis a la residencia"
Diciembre 2012.
Lo primero que dijo Judit cuando nos vio fue: Vosotros sois mis nuevos
papás, ¿verdad? A partir de ahí empezó una aventura hace ya 8 años que
nos ha llevado a hacer un camino juntos no exento de dificultades, ni de
satisfacciones.
Se calcula que 13.000 niños y niñas viven en
familias de acogida en nuestro país. El acogimiento familiar consiste en
cuidar temporalmente de un niño o niña y facilitar que pueda volver con
su familia biológica. No es una adopción. La tutela la mantiene la
administración, las familias ejercen la guardia y custodia. Desde el
punto de vista del menor, es un recurso solidario que le va a permitir
desarrollarse en un ambiente familiar y poder recuperar un cierto
equilibrio emocional. Desde el punto de vista de los padres de acogida
es un voluntariado de 24 horas al día y 7 días a la semana), durante no
se sabe cuánto tiempo (quizá de por vida), sabiendo que, en cualquier
momento, un juez, un técnico de servicios sociales o la propia familia
biológica puede romper el vínculo que mantienes con esa persona que,
como no puede ser de otra manera, se ha integrado en tu familia al 100%.
.Para ello la familia sólo cuenta (aparte de familia y amigos) con el
apoyo de la administración, o de la entidad en la que ésta delegue esta
tarea. Y no es nada fácil la convivencia entre el funcionariado y un
voluntariado casi sin límites. Intentar fijar las reuniones en horarios
de mañanas o exigir la aplicación de recursos inútiles para un menor al
que apenas conocen, son el pan nuestro de cada día. Algunas comunidades
autónomas, no todas, conceden ayudas económicas que apenas cubren el
coste de la alimentación (unos 200 euros al mes). A Judit, el comedor
del colegio le cuesta 175 euros. Sin extraescolares.
Pues bien,
el acogimiento familiar no está exento de la crisis. En un momento en
el que hay más niños residiendo en instituciones que nunca, ya se están
dando casos de familias de acogida que no pueden mantener su compromiso
solidario con el menor. Simplemente, no pueden. Si unimos las
precariedades económicas familiares tan extendidas por la crisis a unos
menores que, por lo general, requieren habitualmente de atenciones
especiales, tenemos un callejón sin salida. Además, la administración se
retrasa en los pagos y en algunas comunidades autónomas han llegado a
acumular 6 meses de retrasos. Lo cual no sólo es injusto e insolidario,
sino que es profundamente estúpido: la plaza en la residencia a la que
ese mismo menor tendrá que volver cuando la familia no pueda más viene a
costar entre 1.500 y 1.800 euros mensuales.
Soy tan torpe que
no soy capaz de darme cuenta de que las familias de acogida seguramente
hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y hemos tenido unas
atenciones que no merecíamos ni nos podíamos permitir. Y que una
sociedad que cuida de los menores en situación de desamparo es deseable,
pero no nos la podemos pagar. Qué torpeza la mía. Seguramente por eso
no he llegado a político.
Un amigo nos preguntaba… ¿y por qué
lo hacéis? La respuesta es fácil: a veces, si quieres ser coherente, es
sencillamente imposible decir no.
El otro día Judit dejó una
nota debajo de nuestra almohada. Nos pidió que la perdonáramos. Que no
se iba a volver a portar mal. Que nos quería mucho y que, por favor, no
la devolviéramos a la residencia. Que simplemente, le cuesta mucho
portarse bien, pero que nos quiere mucho. Nos dieron ganas de dejarle
una notita debajo de su almohada: “Hay otros que se portan mucho peor
que tú y tienen responsabilidades de gobierno”.
Por cierto,
¿sabías que en nuestro país hay unos 10.000 menores que viven aún en
residencias públicas porque no hay suficientes familias de acogida?